La Universidad de Puerto Rico atraviesa su más grave crisis de las últimas tres décadas. Los
que allí consagramos nuestra labor, profesores, empleados no docentes, administradores, así
como su componente estudiantil, los presentes y los por venir, debemos tener un compromiso
inaplazable por construir un espacio para el desarrollo de un pensamiento capaz de encarar los
desafíos que nos presenta el mundo contemporáneo. Se hace imperativo mantener y renovar
nuestra institución, cuyos logros el país ha disfrutado y otras latitudes han reconocido. Para ello,
es urgente que se abra la Universidad ahora. El país no se puede dar el lujo de que la
Universidad siga en crisis y cerrada.
Sin embargo, después de terminada la huelga estudiantil se ha puesto en evidencia que la
Administración Central y el gobierno quieren mantener la Universidad cerrada la mayor cantidad
de tiempo posible. Las decisiones y acciones tomadas por éstos después de la huelga
demuestran que quieren crear un ambiente de crisis e inestabilidad para así justificar un cierre
continuado de la misma. Su estrategia parece ser provocar a todos los sectores de la
Universidad para que se lancen a una huelga ahora o en enero. No se trata de que exista un
gran Plan Maestro. Por el contrario, lo que ha habido es mucha improvisación aparte de un afán
de desquite y desprecio por la Universidad. Mas, la tendencia de sus actuaciones ya es clara:
desgastar y debilitar a sus adversarios mientras simultáneamente van implementando sus
políticas.
Se quiere mantener la Universidad cerrada para, entre otras cosas: (a) enmendar la actual ley
universitaria o aprobar una nueva ley que elimine cualquier viso de autonomía universitaria, (b)
cambiar la fórmula de ingreso presupuestario de la institución, (c) hacer los cortes, reducciones
y reestructuraciones que entiendan necesario, (d) modificar en detrimento de los profesores y
los empleados el Plan de Retiro y el Plan Médico.
Adoptar una estrategia de oposición, por parte de cualquiera de los sectores universitarios, que
se base en una huelga u otro mecanismo que implique paralizar la Universidad se ubica en la
lógica estratégica de la Administración Central y el gobierno. Optar por una huelga es
precisamente lo que busca la Alta administración y el gobierno. Hay que negarse a caer en
esta trampa peligrosa. Insistir en la opción de la huelga es desacertado y podría tener
consecuencias desastrosas. En este contexto, una huelga o cualquier estrategia que implique el
cierre contribuye a profundizar la degradación de la Universidad. Debemos asumir otras
coordenadas estratégicas que no sean las que esperan y desean la Junta de Síndicos y el
gobierno.
Si las autoridades universitarias insisten en dilatar o posponer la reapertura de la Universidad
más allá de las fechas estipuladas para ello, es decir, si insisten en mantener la Universidad
cerrada, debemos lanzar una convocatoria amplia para hacer una campaña de movilización a
favor de la apertura inmediata de la Universidad. Nuestra demanda tiene que ser que se abra la
Universidad ahora. Lo otro, la confrontación vía una huelga u optar por el cierre, insistimos, es
servirle en bandeja de plata a estos sectores el terreno sobre el que quieren implementar su
reestructuración de la Universidad. El cierre es convertir una situación de excepción en la
norma. Implica el triunfo de la política del desprecio y el resentimiento hacia la Universidad.
Abrir la Universidad es afirmar su vigencia y relevancia como espacio imprescindible de
producción de conocimiento y su articulación con los procesos de innovación en las sociedades
contemporáneas. La apertura de la Universidad es de importancia estratégica para poder
impulsar con mayor efectividad el proyecto de universidad que queremos.
miércoles, 30 de junio de 2010
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